Explotación sexual de infantes en México


Notimex / La Jornada On Line


Hace unas décadas México sólo era un país de tránsito para personas traficadas; ahora es una nación de origen, cruce y destino.

Más de 40 mil niños y niñas en México son víctimas de explotación sexual y, en su mayoría, son obligados a ejercer la prostitución en zonas turísticas como Acapulco, Puerto Vallarta, Cancún, Tapachula, Tuxtla Gutiérrez y Tijuana.
Así lo planteó Beatriz Ortiz Elizondo, de la Coalición Regional contra el Tráfico de Mujeres y Niños en América Latina y el Caribe, al participar en la mesa redonda "La trata de personas", organizado por la Facultad de Psicología de la UNAM.
Señaló que la mayoría de los menores son de los estados más pobres del país como Oaxaca, Chiapas, Guerrero, Hidalgo, Michoacán, Veracruz y Tlaxcala. Es decir, dijo, este problema presenta la misma dinámica que en el ámbito internacional, donde son llevados de naciones pobres a ricas.
Hasta hace unas décadas México sólo era un país donde circulaban personas traficadas, pero ahora se ha convertido en una nación de origen, tránsito y destino. Tan sólo en producción de material pornográfico ocupa el quinto lugar en el mundo, y el tercero en su consumo.
En un comunicado de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), la experta añadió que la mitad de los 10 mil niños en situación de calle de la ciudad de México han sido utilizados para producir cintas sexuales o para introducirlos al comercio carnal.
Incluso, reveló, en el Distrito Federal más de 70 por ciento de las mujeres en prostitución callejera iniciaron esa actividad en su niñez o adolescencia.
Ortiz Elizondo destacó que la trata de personas es uno de los negocios ilícitos más jugosos en el mundo, pues ocupa el tercer lugar, detrás del narcotráfico y de la venta de armas, con ganancias anuales de entre cinco y siete billones de dólares. Algunos expertos opinan que este fenómeno ya rebasó a la compra bélica.
Indicó que cuatro millones de mujeres y dos millones de niños y adolescentes son reclutados al año en el orbe para la industria del sexo; asimismo, dos millones de niñas son explotadas en el sudeste de Asia y América Latina en ese mismo giro.
La experta subrayó que hay más de cuatro millones de sitios de pornografía infantil en Internet y la actividad de los pedófilos que suben imágenes a la red aumenta por la noche 34 por ciento. Entre las 00:00 y 5:00 horas es de 31 puntos porcentuales, por la tarde llega a 25 y de las 6:00 a las 12:00 horas baja a 10 por ciento.
En cuanto a las víctimas, detalló que 80 por ciento son mujeres, niños y adolescentes, la mayoría de escasos recursos; entre 70 y 80 por ciento tiene historias de abuso sexual y desintegración familiar.
Detalló que 85 por ciento de los consumidores son hombres, y los actores involucrados son desde familiares, agencias de viajes, reclutadores, polleros y lenones, hasta policías, inspectores de vía pública, jueces cívicos, funcionarios y agentes de migración, entre otros.

http://www.jornada.unam.mx/ultimas/2007/11/28/en-mexico-mas-de-40-mil-infantes-son-victimas-de-explotacion-sexual-experta

De Voz en Voz /LVB No. 44

-Organizarse para evitar accidentes

-Gran injusticia en la Suprema Corte


Carlos Morales

Organizarse para evitar accidentes

-¡Háganse a un lado! ¡Háganse a un lado, por favor!, -ordenaba a eso de la una de la tarde quien al parecer es el nuevo comandante de la policía municipal, dirigiéndose a niñas y niños de la escuela primaria Gral. José Vicente Villada que salían de clases el miércoles 28 de noviembre. Por supuesto que antes de ordenar eso, el policía, sin decir agua va, ya había quitado el lazo que a esa hora diariamente colocan papás y mamás con el fin de impedir el paso de vehículos por ese tramo de Calzada del Panteón como medida obvia para que sus niñas y niños salgan con seguridad plena de la escuela.
Previo a esto, la propia institución responsable de la seguridad pública y de la vialidad, es decir, la policía municipal, había colocado una patrulla a la mitad de la avenida Juárez, por supuesto de manera improvisada, sin planeación u organización alguna, frente a decenas de carros y camiones que esperaban la luz verde del semáforo para seguir circulando por esa arteria tan importante. En consecuencia, forzadamente y en pleno desorden, los vehículos tuvieron que desviarse hacia la izquierda, por la avenida del Panteón, de uno en uno porque es muy angosto ese tramo (ya se imaginará usted la bola de saludos a la madre que recibieron los policías).
Pero esto último, que no deja de ser una arbitrariedad muy importante, es lo de menos si consideramos que por el otro lado de la calzada del Panteón, entre Juárez y 16 de septiembre, lo que la policía puso en juego fue la seguridad de niñas, niños, padres, madres, abuelos y abuelas que por la salida de clases atestaban ese tramo de calzada del Panteón, y la puso en juego porque el comandante, después de quitar de manera prepotente el lazo de seguridad mencionado, envió dos patrullas por delante (una de ellas muy bonita, de las nuevas que recibió el Ayuntamiento de parte del Gobierno del estado para apoyar labores que garanticen la seguridad de los habitantes de San Mateo Atenco) para abrirle camino a un cortejo fúnebre que pasaría por esa calle unos instantes después. Por cierto, entre las personas que participaban en ese cortejo iba la Cuarta Regidora, responsable de la comisión que incluye, entre otros aspectos, los educativos (suponemos que no estaba consciente de lo que estaba sucediendo, porque estamos seguros de que no es una persona que subestime la posibilidad de un accidente, sobre todo si éste puede sucederle a un niño o niña).
Sin duda, estaremos de acuerdo en que es muy importante todo el proceso fúnebre que acostumbramos realizar en San Mateo Atenco para despedir a nuestras y nuestros difuntos, y que concluye con el sepelio y las exequias, pero también coincidiremos en que es muy importante que en ningún momento de ese proceso se ponga en riesgo la integridad física de nadie, y menos de niñas y niños. Algún padre y algunas madres protestaron, incluso escuché a dos o tres niños decir que no se moverían, pero el comandante de la policía, levantando los hombros, hizo gestos como indicando: “¿Pues qué hago?”, como si algún superior le hubiese ordenado abrir paso, o como si estuviese obligado a hacerlo, o como si así fuera la costumbre.
Preguntamos: ¿De plano las autoridades, aun conociendo el acontecer diario de nuestro municipio, no pueden organizar con anticipación el libre circular de un cortejo fúnebre sin que nada ni nadie lo obstruya y sin poner en riesgo a nadie?
A todos y todas nos interesa despedir a nuestros y nuestras difuntas de la mejor manera, dedicando a ésta, la última despedida, el tiempo que sea necesario, y dudo que a alguien no le interese tomar las medidas necesarias para prevenir cualquier posible accidente. Hago un llamado respetuoso a nuestras autoridades para que consideren lo que aquí menciono. Ya sabemos que lo mejor de los dados es no jugarlos. (Por cierto, no quiero dejar de señalar que ya van tres o cuatro ocasiones en que durante la salida de clases de la primaria Luis G. Tapia, cuando repartimos La Voz del Barrio a papás y mamás, no vemos a policía alguno dirigiendo el tránsito en la esquina de la escuela. Alguien no está haciendo bien su trabajo, o tiene tanto que descuida uno por atender otro. Ojalá no nos estemos lamentando después).

Gran injusticia en la Suprema Corte

Amiga lectora, amigo lector, ¿usted cree que la decisión de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) de exonerar al gober Mario Marín es justa? Después de las evidencias por todos y todas conocidas ¿realmente cree usted que a Lydia Cacho no se le violentaron sus derechos y garantías individuales? ¿Piensa usted que la SCJN hizo bien en no pronunciarse en relación con las redes de pederastia que subyacen a todo este asunto, según lo demuestran también las evidencias y el libro Los demonios del edén de la periodista citada? ¿Acaso está convencido(a) usted, quien lee esta columna, que hoy en día nuestro máximo tribunal de Justicia actúa imparcialmente, respetando nuestra Carta Magna y las leyes que de ella emanan?
Si sus respuestas todas son positivas, le sugerimos revise y aumente con actitud crítica y detenimiento la información que le ha hecho llegar a esa conclusión (y también diversifique sus fuentes de información), porque si a Lydia Cacho, periodista que debido al caso que nos ocupa ya es muy conocida nacional e internacionalmente, ¿qué podríamos esperar si usted o yo nos encontráramos en el lugar de la periodista? (creo que, para empezar, nuestro caso ni siquiera hubiese llegado a la SCJN). El tribunal supremo, ni más ni menos, recubrió al gober precioso, mejor dicho a los políticos corruptos en el poder (que son la mayoría) y a muchos delincuentes que los financian, pederastas o no, con una densa capa de impunidad, avalando sus actos delictivos.
Como dice Arnoldo Kraus en el periódico La Jornada: “Para quienes hemos seguido el caso de Lydia Cacho, la lamentable decisión de la SCJN transmite un mensaje muy claro: mientras nos gobiernen quienes nos han gobernado, los derechos humanos en México nunca se respetarán. Lo mismo puede decirse de la justicia y de la ética, cuya prioridad es casi nula para las autoridades mexicanas. Es obvio que si a nuestro gobierno no le preocupa exponerse ante el mundo, a pesar de la reputación de Cacho, menos le intranquiliza la suerte de millones de innominados.
“La resolución de los magistrados es lamentable por el desdén que implica contra el grueso de la opinión pública; aunque no cuento con estadísticas –no creo que existan–, comprometo mi opinión al afirmar que la mayoría de las personas enteradas del caso Marín-Cacho están convencidas de las terribles amenazas sufridas por la periodista. No sobra recordar que el meollo del asunto es el tráfico de menores con fines sexuales, tema nefando para el cual no existe perdón posible.”
¿No cree usted que se excedió la Suprema Corte en su actuar corrupto y sumiso, al que por cierto ya nos estamos acostumbrando y del que todos y todas, quizás, en cierto grado somos cómplices mientras lo sigamos permitiendo? Creo yo que cada vez resulta más una obligación de todas y todos el informarse mejor, por diversas vías, y razonar más concienzudamente nuestro voto antes de concederlo a un o una candidata, sea del partido que sea, así como posteriormente estar al pendiente de cómo nos gobiernan. O usted ¿qué opina?

Fundamentalismos y violencia contra los derechos femeninos


Tiempos de flores, Girona (http://www.arte-redes.com/nocturama/?p=649)




CIMAC

Toda la vida de las mujeres, desde la infancia hasta la vejez, está ensombrecida por la violencia, como amenaza o como realidad, dice la académica feminista Marcela Lagarde.


Actualmente nadie, por poca información que maneje, puede negar que haya violencia contra las mujeres como fenómeno grave y reiterado, sin importar si son niñas, jóvenes o viejas, pobres o adineradas, con escasa escolaridad o profesionales, rurales o urbanas, que profesan una fe o no tienen creencia.
De ser un hecho oculto y mayormente silenciado hace unas décadas, hoy emerge al debate público como una problemática de dramáticas dimensiones que requiere de todos los sectores sociales, en especial de los gobiernos, respuestas urgentes, tanto para la aprobación de leyes que sancionen las distintas formas en que esta violencia se expresa, como también para el diseño y ejecución de políticas públicas coherentes con la gravedad del fenómeno.
Pero a pesar de esta aparente mayor apertura social y política respecto al tema, continúa insistentemente lo que se ha llamado "la naturalización" de la violencia hacia las mujeres, es decir, para muchas personas es normal, como si en la vida de las mujeres estuviese escrito que pueden y “merecen” ser castigadas.
Sin duda esto tiene que ver con la permanencia en nuestra cultura de una normativa patriarcal (esto es, con autoridad masculina, machista), a través de la cual se ejerce sobre las mujeres un control sobre su sexualidad y reproducción, sobre su expresión erótica, su maternidad, su acceso al trabajo y al mundo público, y sobre sus condiciones de vida en general.
Es así como cualquier desobediencia a los mandatos históricos impuestos puede significar un castigo para la mujer trasgresora. E incluso, sin existir dicha “trasgresión”, la sanción y la violencia pueden emerger igual.
Esto refleja claramente la forma en que el patriarcado se sustenta como un sistema de propiedad sobre las mujeres, un sistema regulatorio que controla sus vidas en un sentido muy amplio. Tal como señala Marcela Lagarde, "es un orden de propiedad social y privado de las mujeres, a través de la apropiación, posesión, usufructo y desecho de sus cuerpos vividos, su subjetividad y sus recursos, bienes y obras".

Ampliar la mirada

La comprensión del fenómeno de la violencia contra las mujeres nos exige, por lo tanto, identificar las formas a través de las cuales se concreta la apropiación de los cuerpos femeninos por parte del patriarcado, y cómo en el ámbito privado y en el público se las inferioriza y discrimina hasta el extremo de eliminar sus derechos humanos fundamentales.
La violencia contra las mujeres es una expresión clara del control de los cuerpos femeninos. El hombre que golpea a su pareja, que viola a su hija, que acosa a la compañera de trabajo o empleada, que persigue y mata a su ex esposa, está ejerciendo un poder patriarcal que le permite afianzar la autoridad masculina y sancionar o castigar el incumplimiento de mandatos culturales.
Desde la óptica tradicional, que la mujer no planche una camisa o no tenga la comida a tiempo pasan a ser excusas suficientes como para un castigo. El que una mujer quiera terminar la relación de pareja es una “afrenta” que puede castigarse con la muerte, Un alto número de homicidios contra ellas ocurre justamente cuando la mujer manifiesta su decisión de alejarse o cuando ya se ha ido.
La violencia contra las mujeres va incluso más allá de expresiones tales como golpes, amenazas, acoso, abusos, maltrato psicológico, coerción económica, sexo forzado, feminicidio. Y no son sólo las parejas, cónyuges, amigos o extraños quienes individualmente ejercen violencia contra las mujeres.
Pues si en la violencia con sesgo de género se evidencia cómo los cuerpos femeninos son sojuzgados, entonces podemos ampliar la mirada e identificar que esto surge también de los Estados y sus instituciones, de las ideologías, de las tradiciones, de la cultura, de las leyes, del sistema educativo, del sistema médico hegemónico, del lenguaje cotidiano, de los medios de comunicación, en fin, de un sistema social que domina, subordina y discrimina a las mujeres a través de distintos mecanismos
Las exigencias intransigentes para que mujeres y hombres se sometan a doctrinas o prácticas establecidas, es decir, los fundamentalismos o fanatismos, en especial los religiosos, pero también los filosóficos, ideológicos, económicos, políticos o científicos, son un claro ejemplo de un sistema que ejerce acciones sobre la base de un poder ilegítimo, acciones que además van dirigidas a fomentar modelos únicos de conducta, pasándose “por el arco del triunfo” los estándares mínimos de respeto a los derechos humanos universales de quienes piensan, sienten y actúan de otra forma.
Las mujeres –y otros colectivos humanos, como las minorías sexuales– son blanco preferente de esas acciones, las que se caracterizan por su gran virulencia, extremismo e intolerancia.

La denuncia

El respeto, la promoción y la protección de los derechos humanos constituyen una exigencia de las sociedades actuales, y los derechos de la mujer no pueden verse limitados ni transgredidos bajo ningún pretexto, ni por personas a título individual, ni por instituciones, ni por los Estados ni por las prácticas religiosas o de cualquier otra ideología o forma de pensar y ver el mundo. Nada puede estar por encima del respeto a los derechos humanos fundamentales y las libertades democráticas de las mujeres, en tanto sujetas humanas.
Es así como las democracias, para ser reales, efectivas y respetuosas de la justicia social y de género, necesitan garantizar la plena vigencia de los derechos de las mujeres, incluido su derecho a la autodeterminación, a la libertad, a la igualdad, a la seguridad, a la autonomía de decisión sobre su cuerpo, su sexualidad y reproducción; a la maternidad voluntaria, gozosa y protegida; a la integridad corporal y psíquica; a no estar sometidas a torturas ni penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes.
Al visualizar con claridad y precisión desde donde surge la violencia contra las mujeres, con sus múltiples expresiones, podremos, entonces, demandar a nuestras democracias que avancen a su erradicación. Y podremos también reparar las heridas históricas del cuerpo y la psiquis de las mujeres, concluye Boletina Mujer SaludHable.

http://www.cimacnoticias.com/site/s07112702-CONTEXTO-Fundament.31195.0.html

Juan Ramón Jiménez /Poeta


(España, 1788 - Puerto Rico, 1822)


EL CAMBIO

Lo terreno, por ti,
se hizo gustoso
celeste.

Luego,
lo celeste, por mí,
contento se hizo
humano.


MALVAS

Malvarrosa,
malvaseda.
¡Salud de la primavera!

Rosas agrias,
sedas férreas.
¡O mujer con asperezas!

Recojida
gracia entera.
¡Malvarrosa, malvaseda!

Casta sangre
de la tierra.
¡Virtud de la primavera!


ROSA, NIÑA

Todo el otoño, rosa,
es esa sola hoja tuya
que cae.

Niña, todo el dolor
es esa sola gota tuya
de sangre.


AJUSTE

¡Qué difícil es unir
el tiempo de frutecer
con el tiempo de sembrar!

(El mundo jira que jira,
ruedas que nunca se unen
en una rueda total)

¡Un solo día de vida,
un día completo y todo,
que no se acabe jamás!

Carta a un zapatero que compuso mal unos zapatos


Texto del escritor Juan José Arreola (Jalisco, 1918 – 2001)



Estimable señor:

Como he pagado a usted tranquilamente el dinero que me cobró por reparar mis zapatos, le va a extrañar sin duda la carta que me veo precisado a dirigirle.
En un principio no me di cuenta del desastre ocurrido. Recibí mis zapatos muy contento, augurándoles una larga vida, satisfecho por la economía que acababa de realizar: por unos cuantos pesos, un nuevo par de calzado. (Éstas fueron precisamente sus palabras y puedo repetirlas.)
Pero mi entusiasmo se acabó muy pronto. Llegado a casa examiné detenidamente mis zapatos. Los encontré un poco deformes, un tanto duros y resecos. No quise conceder mayor importancia a esta metamorfosis. Soy razonable. Unos zapatos remontados tienen algo de extraño, ofrecen una nueva fisonomía, casi siempre deprimente.
Aquí es preciso recordar que mis zapatos no se hallaban completamente arruinados. Usted mismo les dedicó frases elogiosas por la calidad de sus materiales y por su perfecta hechura. Hasta puso muy alto su marca de fábrica. Me prometió, en suma, un calzado flamante.
Pues bien: no pude esperar hasta el día siguiente y me descalcé para comprobar sus promesas. Y aquí estoy, con los pies doloridos, dirigiendo a usted una carta, en lugar de transferirle las palabras violentas que suscitaron mis esfuerzos infructuosos.
Mis pies no pudieron entrar en los zapatos. Como los de todas las personas, mis pies están hechos de una materia blanda y sensible. Me encontré ante unos zapatos de hierro. No sé cómo ni con qué artes se las arregló usted para dejar mis zapatos inservibles. Allí están, en un rincón, guiñándome burlonamente con sus puntas torcidas.
Cuando todos mis esfuerzos fallaron, me puse a considerar cuidadosamente el trabajo que usted había realizado. Debo advertir a usted que carezco de toda instrucción en materia de calzado. Lo único que sé es que hay zapatos que me han hecho sufrir, y otros, en cambio, que recuerdo con ternura: así de suaves y flexibles eran.
Los que le di a componer eran unos zapatos admirables que me habían servido fielmente durante muchos meses. Mis pies se hallaban en ellos como pez en el agua. Más que zapatos, parecían ser parte de mi propio cuerpo, una especie de envoltura protectora que daba a mi paso firmeza y seguridad. Su piel era en realidad una piel mía, saludable y resistente. Sólo que daban ya muestras de fatiga. Las suelas sobre todo: unos amplios y profundos adelgazamientos me hicieron ver que los zapatos se iban haciendo extraños a mi persona, que se acababan. Cuando se los llevé a usted, iban ya a dejar ver los calcetines.
También habría que decir algo acerca de los tacones: piso defectuosamente, y los tacones mostraban huellas demasiado claras de este antiguo vicio que no he podido corregir.
Quise, con espíritu ambicioso, prolongar la vida de mis zapatos. Esta ambición no me parece censurable: al contrario, es señal de modestia y entraña una cierta humildad. En vez de tirar mis zapatos, estuve dispuesto a usarlos durante una segunda época, menos brillante y lujosa que la primera. Además, esta costumbre que tenemos las personas modestas de renovar el calzado es, si no me equivoco, el modus vivendi de las personas como usted.
Debo decir que del examen que practiqué a su trabajo de reparación he sacado muy feas conclusiones. Por ejemplo, la de que usted no ama su oficio. Si usted, dejando aparte todo resentimiento, viene a mi casa y se pone a contemplar mis zapatos, ha de darme toda la razón. Mire usted qué costuras: ni un ciego podía haberlas hecho tan mal. La piel está cortada con inexplicable descuido: los bordes de las suelas son irregulares y ofrecen peligrosas aristas. Con toda seguridad, usted carece de hormas en su taller, pues mis zapatos ofrecen un aspecto indefinible. Recuerde usted, gastados y todo, conservaban ciertas líneas estéticas. Y ahora...
Pero introduzca usted su mano dentro de ellos. Palpará usted una caverna siniestra. El pie tendrá que transformarse en reptil para entrar. Y de pronto un tope; algo así como un quicio de cemento poco antes de llegar a la punta. ¿Es posible? Mis pies, señor zapatero, tienen forma de pies, son como los suyos, si es que acaso usted tiene extremidades humanas.
Pero basta ya. Le decía que usted no le tiene amor a su oficio y es cierto. Es también muy triste para usted y peligroso para sus clientes, que por cierto no tienen dinero para derrochar.
A propósito: no hablo movido por el interés. Soy pobre pero no soy mezquino. Esta carta no intenta abonarse la cantidad que yo le pagué por su obra de destrucción. Nada de eso. Le escribo sencillamente para exhortarle a amar su propio trabajo. Le cuento la tragedia de mis zapatos para infundirle respeto por ese oficio que la vida ha puesto en sus manos; por ese oficio que usted aprendió con alegría en un día de juventud... Perdón; usted es todavía joven. Cuando menos, tiene tiempo para volver a comenzar, si es que ya olvidó cómo se repara un par de calzado.
Nos hacen falta buenos artesanos, que vuelvan a ser los de antes, que no trabajen solamente para obtener el dinero de los clientes, sino para poner en práctica las sagradas leyes del trabajo. Esas leyes que han quedado irremisiblemente burladas en mis zapatos.
Quisiera hablarle del artesano de mi pueblo, que remendó con dedicación y esmero mis zapatos infantiles. Pero esta carta no debe catequizar a usted con ejemplos.
Sólo quiero decirle una cosa: si usted, en vez de irritarse, siente que algo nace en su corazón y llega como un reproche hasta sus manos, venga a mi casa y recoja mis zapatos, intente en ellos una segunda operación, y todas las cosas quedarán en su sitio.
Yo le prometo que si mis pies logran entrar en los zapatos, le escribiré una hermosa carta de gratitud, presentándolo en ella como hombre cumplido y modelo de artesanos.

Soy sinceramente su servidor.

FIN

Hablemos de... Un mes llamado Diciembre



Mafalda (por Quino)



Leticia Cervón A.


Tal parece que el mes de diciembre ha sido destinado para abrir y cerrar ciclos de vida. Me refiero a lo siguiente: es impresionante enterarse de cuántos personajes que han influido o marcado la historia del arte en el mundo nacieron o murieron en este mes. Menciono sólo algunos y algunas:
NACIMIENTOS.- Diego Rivera (pintor mexicano), María Callas (cantante italiana), José Carreras (tenor español), Carlos Gardel (compositor y actor argentino), Ludwig van Beethoven (músico alemán), Giacomo Puccini (compositor italiano), Pablo Casals (músico español), David Alfaro Siqueiros (pintor mexicano), etcétera, etcétera.
FALLECIMIENTOS.- Claude Oscar Monet (pintor francés), John Lennon (músico británico), W. A. Mozart (músico austriaco), Pierre Auguste Renoir (pintor francés), Antonio Stradivarius (violero italiano), Charles Chaplin (actor y director cinematográfico inglés), Joan Miró (pintor español), Maurice Ravel (músico francés), María Izquierdo (pintora mexicana), Jorge Negrete (actor y cantante mexicano), etcétera, etcétera.
Y qué decir de algún familiar que se ha ido en éste, el último mes del año (o, por decirlo de manera quizá más positiva, en vísperas de un nuevo ciclo).
Pero no se trata nada más de pérdidas... Si inconscientemente en diciembre nos ponemos más vulnerables, también es cierto que reflexionamos, deseamos y planeamos acabar con todo lo que nos molesta, con el fin de empezar un nuevo año en el que se renueve el anhelo de una transformación o mejora personal.

Un pacto con el diablo



Cuento de Juan José Arreola



Aunque me di prisa y llegué al cine corriendo, la película había comenzado. En el salón oscuro traté de encontrar un sitio. Quedé junto a un hombre de aspecto distinguido.

-Perdone usted -le dije-, ¿no podría contarme brevemente lo que ha ocurrido en la pantalla?
-Sí. Daniel Brown, a quien ve usted allí, ha hecho un pacto con el diablo.
-Gracias. Ahora quiero saber las condiciones del pacto: ¿podría explicármelas?
-Con mucho gusto. El diablo se compromete a proporcionar la riqueza a Daniel Brown durante siete años. Naturalmente, a cambio de su alma.
-¿Siete nomás?
-El contrato puede renovarse. No hace mucho, Daniel Brown lo firmó con un poco de sangre.
Yo podía completar con estos datos el argumento de la película. Eran suficientes, pero quise saber algo más. El complaciente desconocido parecía ser hombre de criterio. En tanto que Daniel Brown se embolsaba una buena cantidad de monedas de oro, pregunté: -En su concepto, ¿quién de los dos se ha comprometido más?
-El diablo.
-¿Cómo es eso? -repliqué sorprendido.
-El alma de Daniel Brown, créame usted, no valía gran cosa en el momento en que la cedió.
-Entonces el diablo...
-Va a salir muy perjudicado en el negocio, porque Daniel se manifiesta muy deseoso de dinero, mírelo usted.
Efectivamente, Brown gastaba el dinero a puñados. Su alma de campesino se desquiciaba. Con ojos de reproche, mi vecino añadió:
-Ya llegarás al séptimo año, ya.
Tuve un estremecimiento. Daniel Brown me inspiraba simpatía. No pude menos de preguntar:
-Usted, perdóneme, ¿no se ha encontrado pobre alguna vez?
El perfil de mi vecino, esfumado en la oscuridad, sonrió débilmente. Apartó los ojos de la pantalla donde ya Daniel Brown comenzaba a sentir remordimientos y dijo sin mirarme:
-Ignoro en qué consiste la pobreza, ¿sabe usted?
-Siendo así...
-En cambio, sé muy bien lo que puede hacerse en siete años de riqueza.
Hice un esfuerzo para comprender lo que serían esos años, y vi la imagen de Paulina, sonriente, con un traje nuevo y rodeada de cosas hermosas. Esta imagen dio origen a otros pensamientos:
-Usted acaba de decirme que el alma de Daniel Brown no valía nada: ¿cómo, pues, el diablo le ha dado tanto?
-El alma de ese pobre muchacho puede mejorar, los remordimientos pueden hacerla crecer -contestó filosóficamente mi vecino, agregando luego con malicia-: entonces el diablo no habrá perdido su tiempo.
-¿Y si Daniel se arrepiente?...
Mi interlocutor pareció disgustado por la piedad que yo manifestaba. Hizo un movimiento como para hablar, pero solamente salió de su boca un pequeño sonido gutural. Yo insistí:
-Porque Daniel Brown podría arrepentirse, y entonces...
-No sería la primera vez que al diablo le salieran mal estas cosas. Algunos se le han ido ya de las manos a pesar del contrato.
-Realmente es muy poco honrado -dije, sin darme cuenta.
-¿Qué dice usted?
-Si el diablo cumple, con mayor razón debe el hombre cumplir -añadí como para explicarme.
-Por ejemplo... -y mi vecino hizo una pausa llena de interés.
-Aquí está Daniel Brown -contesté-. Adora a su mujer. Mire usted la casa que le compró. Por amor ha dado su alma y debe cumplir.
A mi compañero le desconcertaron mucho estas razones.
-Perdóneme -dijo-, hace un instante usted estaba de parte de Daniel.
-Y sigo de su parte. Pero debe cumplir.
-Usted, ¿cumpliría?
No pude responder. En la pantalla, Daniel Brown se hallaba sombrío. La opulencia no bastaba para hacerle olvidar su vida sencilla de campesino. Su casa era grande y lujosa, pero extrañamente triste. A su mujer le sentaban mal las galas y las alhajas. ¡Parecía tan cambiada!
Los años transcurrían veloces y las monedas saltaban rápidas de las manos de Daniel, como antaño la semilla. Pero tras él, en lugar de plantas, crecían tristezas, remordimientos.
Hice un esfuerzo y dije:
-Daniel debe cumplir. Yo también cumpliría. Nada existe peor que la pobreza. Se ha sacrificado por su mujer, lo demás no importa.
-Dice usted bien. Usted comprende porque también tiene mujer, ¿no es cierto?
-Daría cualquier cosa porque nada le faltase a Paulina.
-¿Su alma?
Hablábamos en voz baja. Sin embargo, las personas que nos rodeaban parecían molestas. Varias veces nos habían pedido que calláramos. Mi amigo, que parecía vivamente interesado en la conversación, me dijo:
-¿No quiere usted que salgamos a uno de los pasillos? Podremos ver más tarde la película.
No pude rehusar y salimos. Miré por última vez a la pantalla: Daniel Brown confesaba llorando a su mujer el pacto que había hecho con el diablo.
Yo seguía pensando en Paulina, en la desesperante estrechez en que vivíamos, en la pobreza que ella soportaba dulcemente y que me hacía sufrir mucho más. Decididamente, no comprendía yo a Daniel Brown, que lloraba con los bolsillos repletos.
-Usted, ¿es pobre?
Habíamos atravesado el salón y entrábamos en un angosto pasillo, oscuro y con un leve olor de humedad. Al trasponer la cortina gastada, mi acompañante volvió a preguntarme:
-Usted, ¿es muy pobre?
-En este día -le contesté-, las entradas al cine cuestan más baratas que de ordinario y, sin embargo, si supiera usted qué lucha para decidirme a gastar ese dinero. Paulina se ha empeñado en que viniera; precisamente por discutir con ella llegué tarde al cine.
-Entonces, un hombre que resuelve sus problemas tal como lo hizo Daniel, ¿qué concepto le merece?
-Es cosa de pensarlo. Mis asuntos marchan muy mal. Las personas ya no se cuidan de vestirse. Van de cualquier modo. Reparan sus trajes, los limpian, los arreglan una y otra vez. Paulina misma sabe entenderse muy bien. Hace combinaciones y añadidos, se improvisa trajes; lo cierto es que desde hace mucho tiempo no tiene un vestido nuevo.
-Le prometo hacerme su cliente -dijo mi interlocutor, compadecido-; en esta semana le encargaré un par de trajes.
-Gracias. Tenía razón Paulina al pedirme que viniera al cine; cuando sepa esto va a ponerse contenta.
-Podría hacer algo más por usted -añadió el nuevo cliente-; por ejemplo, me gustaría proponerle un negocio, hacerle una compra...
-Perdón -contesté con rapidez-, no tenemos ya nada para vender: lo último, unos aretes de Paulina...
-Piense usted bien, hay algo que quizás olvida...
Hice como que meditaba un poco. Hubo una pausa que mi benefactor interrumpió con voz extraña:
-Reflexione usted. Mire, allí tiene usted a Daniel Brown. Poco antes de que usted llegara, no tenía nada para vender, y, sin embargo...
Noté, de pronto, que el rostro de aquel hombre se hacía más agudo. La luz roja de un letrero puesto en la pared daba a sus ojos un fulgor extraño, como fuego. Él advirtió mi turbación y dijo con voz clara y distinta:
-A estas alturas, señor mío, resulta por demás una presentación. Estoy completamente a sus órdenes.
Hice instintivamente la señal de la cruz con mi mano derecha, pero sin sacarla del bolsillo. Esto pareció quitar al signo su virtud, porque el diablo, componiendo el nudo de su corbata, dijo con toda calma:
-Aquí, en la cartera, llevo un documento que...
Yo estaba perplejo. Volvía a ver a Paulina de pie en el umbral de la casa, con su traje gracioso y desteñido, en la actitud en que se hallaba cuando salí: el rostro inclinado y sonriente, las manos ocultas en los pequeños bolsillos de su delantal. Pensé que nuestra fortuna estaba en mis manos. Esta noche apenas si teníamos algo para comer. Mañana habría manjares sobre la mesa. Y también vestidos y joyas, y una casa grande y hermosa. ¿El alma?
Mientras me hallaba sumido en tales pensamientos, el diablo había sacado un pliego crujiente y en una de sus manos brillaba una aguja.
"Daría cualquier cosa porque nada te faltara." Esto lo había dicho yo muchas veces a mi mujer. Cualquier cosa. ¿El alma? Ahora estaba frente a mí el que podía hacer efectivas mis palabras. Pero yo seguía meditando. Dudaba. Sentía una especie de vértigo. Bruscamente, me decidí:
-Trato hecho. Sólo pongo una condición.
El diablo, que ya trataba de pinchar mi brazo con su aguja, pareció desconcertado:
-¿Qué condición?
-Me gustaría ver el final de la película -contesté.
-¡Pero qué le importa a usted lo que ocurra a ese imbécil de Daniel Brown! Además, eso es un cuento. Déjelo usted y firme, el documento está en regla, sólo hace falta su firma, aquí sobre esta raya.
La voz del diablo era insinuante, ladina, como un sonido de monedas de oro. Añadió:
-Si usted gusta, puedo hacerle ahora mismo un anticipo.
Parecía un comerciante astuto. Yo repuse con energía:
-Necesito ver el final de la película. Después firmaré.
-¿Me da usted su palabra?
-Sí.
Entramos de nuevo en el salón. Yo no veía en absoluto, pero mi guía supo hallar fácilmente dos asientos.
En la pantalla, es decir, en la vida de Daniel Brown, se había operado un cambio sorprendente, debido a no sé qué misteriosas circunstancias.
Una casa campesina, destartalada y pobre. La mujer de Brown estaba junto al fuego, preparando la comida. Era el crepúsculo y Daniel volvía del campo con la azada al hombro. Sudoroso, fatigado, con su burdo traje lleno de polvo, parecía, sin embargo, dichoso.
Apoyado en la azada, permaneció junto a la puerta. Su mujer se le acercó, sonriendo. Los dos contemplaron el día que se acababa dulcemente, prometiendo la paz y el descanso de la noche. Daniel miró con ternura a su esposa, y recorriendo luego con los ojos la limpia pobreza de la casa, preguntó:
-Pero, ¿no echas tú de menos nuestra pasada riqueza? ¿Es que no te hacen falta todas las cosas que teníamos?
La mujer respondió lentamente:
-Tu alma vale más que todo eso, Daniel...
El rostro del campesino se fue iluminando, su sonrisa parecía extenderse, llenar toda la casa, salir del paisaje. Una música surgió de esa sonrisa y parecía disolver poco a poco las imágenes. Entonces, de la casa dichosa y pobre de Daniel Brown brotaron tres letras blancas que fueron creciendo, creciendo, hasta llenar toda la pantalla.
Sin saber cómo, me hallé de pronto en medio del tumulto que salía de la sala, empujando, atropellando, abriéndome paso con violencia. Alguien me cogió de un brazo y trató de sujetarme. Con gran energía me solté, y pronto salí a la calle.
Era de noche. Me puse a caminar de prisa, cada vez más de prisa, hasta que acabé por echar a correr. No volví la cabeza ni me detuve hasta que llegué a mi casa. Entré lo más tranquilamente que pude y cerré la puerta con cuidado.
Paulina me esperaba.
Echándome los brazos al cuello, me dijo:
-Pareces agitado.
-No, nada, es que...
-¿No te ha gustado la película?
-Sí, pero...
Yo me hallaba turbado. Me llevé las manos a los ojos. Paulina se quedó mirándome, y luego, sin poderse contener, comenzó a reír, a reír alegremente de mí, que deslumbrado y confuso me había quedado sin saber qué decir. En medio de su risa, exclamó con festivo reproche:
-¿Es posible que te hayas dormido?
Estas palabras me tranquilizaron. Me señalaron un rumbo. Como avergonzado, contesté:
-Es verdad, me he dormido.
Y luego, en son de disculpa, añadí:
-Tuve un sueño, y voy a contártelo.
Cuando acabé mi relato, Paulina me dijo que era la mejor película que yo podía haberle contado. Parecía contenta y se rió mucho.
Sin embargo, cuando yo me acostaba, pude ver cómo ella, sigilosamente, trazaba con un poco de ceniza la señal de la cruz sobre el umbral de nuestra casa.


FIN